Mientras tuvieron la vida por delante no se dijeron nada de sus mutuas querencias. Pero cuando la vejez empezó a asomar el hocico por el horizonte, afloraron nubarrones de sangre, batallas de odios profundos y salvajes, alimentados por rencores y envidias ancestrales, que la soledad y la brutalidad de aquellos parajes no ayudaba a menguar...
Cuando el cura bendijo a los muertos, una tremenda explosión abrió las cuatro ventanas de la torre.
El sol se escondió en la nubes de algodón, queriendo ser noche que no día.
-Es el Diablo que se ha marchao.
Hasta los civiles se sacan el tricornio y se secan el sudado.
La memoria los observa a todos temblorosa de lágrimas.
¡Por Dios bendito!
¡Aquello si que era miedo de verdad!
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