lunes, 5 de agosto de 2013

ABRIENDO LA MAÑANA

Hoy por fin, he abierto la mañana,

había en el aire un cierto olor

a pan caliente.

Las calles aún no están  agobiadas,

por la calentura de la incertidumbre.

Las farolas frescas del olor a humo,

se permiten el lujo de llorar penumbras,

sin despertar sospechas con metáforas.

 

Los bancos y las aceras, son algo líquido,

perdidos en  el preludio   de las intenciones,

buscando una  palidez sin dimensiones.

La noche   apenas cruje  entre los dientes

del amanecer,

y se ahoga en las marismas de renglones

de los primeros resplandores.

El silencio, respira, se palpa, se siente.

 

Sus pensamientos llegan a mis manos.

No hay lloros de alquitrán.

                                                                  

Ni gestos cotidianos.

Ni pelusillas incrustadas  en la conciencia.

Ni la herrumbre del intelecto.

Ni la metamorfosis de las desolaciones.

Ni manchas  donde asome la hipocresía.

Ni pensamientos de  cumbres retorcidas.

Ni el oscuro  sabor de los deseos.

Ni personas con el olor de la defecación.

 

Podemos soñar con  transeúntes celestiales,

con la suspicacia de la serenidad.

Con frases de amor insustanciales.

Con el tierno brote de los árboles.

Con cortinas de lluvia lavando quimeras,

Con  prados mirando a la eternidad.

Con deseos perdidos en la vacuidad.

Con  minuetos perdidos en la hilaridad.

 

La calle olía, a puesta, tan limpia,

tan amable.

 Aún era inocente.

 

Me quedo en el portal, no quiero mancillarla.

Como el vino frío, está  fresca y excitante.

 

Vestida con  la sensualidad de los cachemires.

 

No se debe esparcir,                                                                                             

ni una sola migaja por el suelo.

 

Hoy no voy a salir.